Las aberraciones de Margot - Pasta blanda

LAS ABERRACIONES DE MARGOTCAPÍTULO IUn verde monte de pinos y el mar azul. Sobre el acantilado, en cuya arista mece el pinar los estilizados árboles de esmeraldina copa, parece asomarse al abismo, en cuyo fondo las olas cascabelean con sus risas de plata, vertiendo el caudal de su mirada de perlas líquidas, como aljófar bullente de los abismos del Mediterráneo, en las áureas arenas de la playa. Azul, azul, azul cobalto, azul de pleamar de Néstor, un azul intenso con manchas verdes, que revelan profundas floraciones submarinas. Allí, sin duda, tiene Neptuno sus alcáceres, entre las rocas de los agudos picachos sumergidos; crecerán fantásticos arbustos, y en grutas donde el agua será luz, la desnudez triunfal de las ondinas pondrá una nota carnal en la verde sinfonía del acuarium.El cielo levantino es una diáfana turquesa, una cúpula que cobija mar y tierra bajo el puro dosel.Entre los pinos, una casita de construcción suiza. Tejados en ángulos agudísimos; balcones corridos de balaustradas de madera; se envuelve la mansión en capa verde de enredaderas, salpicada de campanillas azules, y dos inmensos eucaliptus le dan sombra y frescura.De la casita al mar, el camino es suave pendiente que lleva a una playa dorada, donde los rizos de plata del mar espejean, arrancando al sol un tesoro de diamantes.Una roja sombrilla, inmensa, como un paracaídas, se destaca, sangrientamente rabiosa, junto al agua . ¿Qué hay detrás de la sombrilla? ¡Margot!Pero Margot es una cosa seria, algo definitivo, flor-mujer en la plenitud armoniosa de los pétalos, curvas admirables, relieves tentadores. Tumbada tripa abajo en la arena de oro, con el rojo maillot húmedo por los chapuzones, la brillante popita, partida por gala en dos. es un soberbio melocotón que incita al bocado. Los muslos quedan al aire, blanquísimos, marmóreos, llenos, prietos, y las pantorrillas finas, pero carnosas en las mollas, musculadas, de solterita, nerviosas, al azotar la arena con los piececitos como los de la Maja de Goya, ponen en movimiento la firme consistencia de toda aquella escultura carnal.Da media vuelta, y como dos pistolas, surgen separados, picudos, altaneros, los redondos pechitos, como dos rojas rosas apretadas por el tejido del maillot, pero que, no obstante su opresión y tirantez, no difumina el agudo detalle de los simétricos vértices de los pezones.Rojo el casquete de goma que esconde por completo el pelo de la nena, dando a la cara una diabólica expresión; los ojos negros de la bañista miran hacia el lejano horizonte, como si en rauda barquilla fuera a desembarcar en la playa el caballero Amor.